Muchísima gente mira a Suecia como si fuera el paraíso terrenal. Un modelo de sociedad a la que imitar porque al parecer ha alcanzado un estado de bienestar que es envidiado por algunas democracias europeas, sobre todo aquellas donde no saben qué hacer para mejorar su modelo de Estado. Ciertamente algunos resultados avalan esa afirmación. Ya que estamos por Estocolmo les daré una visión panorámica y, lógicamente, personal.
Suecia tiene prácticamente los mismos habitantes que Andalucía. Hay cuatro meses de buen tiempo y lo demás es frío polar. Sus principales fuentes de riqueza son la industria papelera, del acero y del conocimiento. Es un país que invierte en investigación y tiene tiempo para eso. Aquí han nacido Skype, Linkedin o Spotify. Pero antes inventaron la llave inglesa. También están Ericsson, ABB, Ikea, Tetra Pak, Electrolux o Astra Zeneca. Volvo ya es China. Tiene universidades de mucho prestigio como la de Uppsala, el Instituto Karolinska de medicina o el Tecnológico de Estocolmo. Se nutre principalmente de energía hidroeléctrica y nuclear. Se puede decir que es un país rico donde el Estado te provee de las necesidades básicas -educación, sanidad, servicios públicos de calidad, pensiones, iglesia oficial y muchas ayudas-. Todo ello previo pago de cerca del 50 por ciento de tu sueldo al Estado, más impuestos indirectos generalmente altos, como el que pesa sobre el alcohol, que es monopolio estatal.
Además del medio natural, a los suecos los define mucho su historia y el luteranismo. Es una monarquía parlamentaria con dos partidos mayoritarios: socialdemócrata y moderado que, a diferencia de España, se parecen bastante. Son prácticos. Prefieren la neutralidad a tomar partido. No han tenido crisis porque decidieron entre todos –y rápidamente- comprar la deuda bancaria. A falta de incrementar la población con niños propios –aunque ahora se está experimentando un boom de natalidad- ha sido generosa con la inmigración. Estocolmo es una bella metrópoli al estilo de Londres, aunque más pequeña, limpia y ordenada. Casi la mitad de los habitantes de la capital viven solos.
El Parlamento manda en la Iglesia de Suecia, que es la oficial. El ex primer ministro Olof Palme, siendo ateo, era quien nombraba los obispos y obispas. Pero casi nadie practica. Aunque Lutero llamaría herejes a los miembros de esta Iglesia queda su impronta por la búsqueda del éxito en la vida. El peso del Estado es abrumador para un sueco que ha sido conformista pero que empieza a estar cansado de la ausencia de mayores dosis de libertad. La educación falla; los suicidios son elevados; el alcoholismo es un problema y el individualismo un cáncer que se va comiendo la vida que queda. Se vive bien en Suecia. Pero no sé si son felices los suecos. Imagino que a su modo, lo intentarán ser, como todo hijo de vecino. Pienso que hay más suecos que envidian el modo de vida español. En la Costa del Sol, claro.